BURNOUT DOCENTE O EL SÍNDROME DEL PROFESOR QUEMADO


El burnout docente, conocido también como el síndrome del profesor quemado o el síndrome de desgaste profesional, se caracteriza por síntomas como la despersonalización, el cansancio emocional o la falta de realización personal. Es una manifestación del estrés laboral crónico y supone un problema psicosocial y un riesgo para la salud.


Genera muchas bajas laborales que suelen quedar catalogadas como bajas por depresión, pues el burnout no está reconocido como tal como enfermedad laboral (aunque está previsto que la OMS lo incluya a partir del 2022). Los expertos hablan de “problemática psicosocial”, tanto por sus consecuencias, como por la importancia de factores del contexto laboral en su desarrollo. Algunas de las profesiones con índice más altos de burnout son precisamente profesiones altamente vocacionales como la docencia o profesiones del ámbito sanitario, con el punto común de que implican trabajar con personas de manera intensa y continuada.


En un trabajo presentado a la UIB (David Sánchez, 2014), se detectó que un 33% del profesorado de secundaria de las Islas Baleares presentaba síntomas de burnout. Son síntomas característicos de este problema: fatiga tanto física como mental, sensación de vacío, de no poder dar más de sí, actitud de distanciamiento emocional, irritabilidad, cambios de humor, cinismo, insensibilidad o endurecimiento emocional, apatía, pérdida de empatía hacia los demás, sentimientos de inutilidad, de ineficacia y baja autoestima profesional.


El burnout genera en las personas que lo sufren una gran insatisfacción y sentimientos de infelicidad que se pueden extender del ámbito laboral al ámbito personal. Además, puede generar una desconexión y falta de empatía hacia los otros que complica las relaciones y la convivencia con los compañeros, alumnado y familias, y afecta al rendimiento y a la calidad de la enseñanza. Los niveles de burnout elevados aumentan el riesgo de sufrir trastornos psicológicos y físicos, dificultan el mantenimiento de hábitos de vida saludables y deterioran las relaciones.


No obstante, a pesar de la frecuencia y la importancia de este problema, se trata de un tema silenciado y poco tratado. La complejidad de sus raíces, que tienen que ver con características organizativas del sistema educativo, con factores del contexto concreto de cada centro y con factores individuales requiere un abordaje desde diferentes frentes y desde un punto de vista preventivo, además de intervenciones personalizadas. Además, la situación de pandemia ha aumentado el riesgo de sufrirlo por el alto estrés vivido a nivel organizativo, emocional e interpersonal.


La Psicología nos aporta herramientas para afrontar estas situaciones de crisis vital. No podemos cambiar las circunstancias, pero sí trabajar para impulsar estrategias de afrontamiento más saludables, fomentar la ventilación emocional de los docentes, facilitar la adaptación de los profesionales a la situación, aumentar la motivación y acompañarlos en un proceso de empoderamiento y crecimiento personal. Identificar el problema y pedir ayuda es el primer paso.


(versió de l'article en català aquí)


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